Los procesos de limpieza ultrasónica emplean equipos para transmitir ondas de ultrasonidos, generalmente entre 20 y 40 kHz. Los transductores envían estas ondas sonoras a través del líquido limpiador, que actúa como medio de transferencia de los transductores a las piezas. A una frecuencia muy alta, las ondas pueden actuar sobre la superficie de las piezas, creando agitación a través de un proceso llamado flujo acústico. A medida que se reduce la frecuencia, se crea cavitación dentro del líquido. Estas cavidades colapsan rápidamente, generando calor y ondas de choque, lo que crea agitación en el proceso de limpieza.